lunes, octubre 24, 2005

"La reina sin espejo", de Lorenzo Silva

Hay libros y autores que nos gustan, les hemos leído o les hemos conocido, lo cual es si cabe mayor privilegio y fuente de criterio para entender una obra. A Lorenzo Silva le conocí en un taller de narrativa breve organizado el pasado verano por la UIMP, en Santander. Ya nos lo anunció entonces, en dos meses sacaría a la luz un nuevo libro y ya está aquí. En uno de los intermedios para el café en que tuvimos ocasión de conversar se refirió a esta "locura del escribir" con muy acertadas palabras. Pues bien, por eso de hablar o de ayudar a quien conocimos de cerca, solidarios y locos por el mismo arte, me permito avanzar estas notas extraidas de su página web, a la que os remito, sobre la novela que por fin se acerca y que ya está aquí: a partir del 4 de Noviembre sale a la venta "La reina sin espejo", de Lorenzo Silva...

-Un apunte del autor:
Aquí está, tres a?os después de la anterior (lo que no me parece un mal intervalo), la cuarta novela de Chamorro y Bevilacqua. A estas alturas, quizá no tiene mucho sentido que me extienda sobre qué son y qué representan para mí. Han sido mis embajadores para llegar a miles de lectores y para hacer de la literatura el gozo compartido que a mí me gusta creer que es. Ésta es la novela más larga, compleja y acaso también la que más ahonda en los personajes. Pero procuro que siga siendo divertida, interesante, atractiva, etcétera. Y rabiosamente apegada a la realidad presente. Con todos sus misterios y paradojas, y con todas las novedades que hacen del trabajo de los policías algo muy diferente de lo que era hace sólo tres o cuatro a?os. Me gustaría que esta historia, aparte de para entretener, sirviera para reflexionar sobre esta extra?a civilización que estamos construyendo en los albores del siglo XXI. Donde la gente, de puro hipercomunicada, está más sola que nunca, y donde aquellos que consiguen sus metas se sienten a menudo fracasados. Y si alguien me pregunta cuándo será la quinta novela, pues al menos en un tiempo a los guardias les toca descansar, y a mí hacer otras cosas.

-El resumen del editor:
La aparición de una mujer apu?alada en un pueblo de Zaragoza podría ser un trabajo más para el sargento Bevilacqua y la cabo Chamorro, pero éste es un caso fuera de lo común; la víctima es Neus Barutell, una célebre periodista casada con un consagrado escritor catalán, lo que atrae a la prensa más sensacionalista y somete a los investigadores de la Guardia Civil a una dosis suplementaria de presión. En estas peculiares circunstancias, Bevilacqua y su compa?era deberán remover con sigilo las entra?as de una vida pública más allá de las apariencias y sumergirse en las flaquezas e inseguridades que se escondían tras la imagen solvente e impecable de la víctima. También será necesario rastrear con detalle sus últimos trabajos periodísticos. Las pesquisas llevan a nuestros protagonistas a Barcelona y las primeras pistas apuntan a un crimen pasional en un mundo de vanidades, lleno de tapujos y secretos y con ramificaciones hasta los sórdidos bajos fondos de la ciudad.La reina sin espejo nos sumerge en una indagación compleja y fascinante en la que los guardias civiles deberán, entre otras muchas cosas, dilucidar enigmas literarios de Alicia a través del espejo, desentra?ar relaciones cibernéticas y colaborar con la policía autonómica catalana para llegar a la resolución de un caso espinoso y difícil.Lorenzo Silva trasciende con esta novela el género policíaco en un texto colmado de intrigas, bajas pasiones e ironía y lo conjuga con su prosa más conseguida y acertada hasta el momento.

...?Ah, suerte, Lorenzo!
*(Extraído de la web de Lorenzo Silva).-

domingo, octubre 16, 2005

H Ú M E D O

Está lloviendo.
Mala cosa. Y no sólo por la humedad, que aquí enseguida se hace insoportable. A mí, además, el repiqueteo de las gotas me impide concentrame. Algunos de mis compa?eros más cercanos no opinan así, me cuentan que les ayuda a relajarse y no percibir el paso del tiempo, lo cual, bien pensado, tampoco está mal. Aquí lo que importa, sobre todo, es no obsesionarte con el paso del tiempo. Podrías volverte loco.
Pero a mí este ruidito me pone frenético. Ya me cuesta bastante ordenar mis ideas sin el rítmico golpeteo de la lluvia. A veces casi creo tenerlo todo bien dispuesto en mi cabeza, las imágenes, las palabras y los recuerdos formando un cuadro certero de causas, consecuencias y culpables. Inestable, claro, pero completo; y de repente, como si alguien abriera una compuerta, una corriente de olvido lo anega todo, las imágenes se oscurecen y derriten, y las deducciones que tan lógicas me habían parecido se hunden como si nunca hubieran existido, sin que pueda retenerlas ni recuperarlas. Los que saben de esto me han dicho que es normal en mi estado, y que seguramente irá a peor. Que a veces hay un último estallido de lucidez antes de que la consciencia se desparrame definitivamente, pero que no es seguro. Que mejor que me apresure si quiero averiguar algo.
Así que lo último que necesito es este insistente chapoteo, compréndanlo. Las ideas parecen adquirir el ritmo del goteo y no hago más que repetir una y otra vez un pu?ado manido de reflexiones inconexas, las mismas de siempre. Sé que cerca, en algún lugar de mi cabeza, se encuentra la explicación, la comprensión súbita que hará que todo encaje, pero tendrá que ser cuando escampe, cuando la lluvia pare y se evapore el charco húmedo que me rodea. Mientras, me conformaré con revisar de nuevo lo que ya sé.
Para empezar, que fue una caída. Eso sí está claro. Un tramo de veinticuatro escalones que une la sección de recursos humanos con el vestíbulo principal. Primero fue la rodilla, en el cuarto escalón. Luego, en el noveno, ladeado ya sobre la derecha, rotura del brazo por tres puntos. Minucias. El primer golpe en la cabeza dos escalones más abajo, en el undécimo. Una vuelta de campana sobre la nuca y fractura de dos costillas del lado derecho en algún punto entre los escalones diecisiete y dieciocho. Por último, y eso fue lo serio, un golpe seco del occipital contra el borde del escalón veintitrés. Unos dijeron, según oí, que había sonado como pisar una nuez; otros lo compararon con el destrozo de una bolsa de huevos. En cualquier caso, el resultado fue el mismo.
Otras detalles me cuestan más, sobre todo cuando llueve, como ahora. Hace unos días, o quizás minutos, aquí el tiempo es lento pero complicado de medir, vino a verme Lourdes. Pobre Lourdes, la recuerdo allí, en la oficina, mirándonos a todos tan menuda, parapetada tras su bata verde y aferrada a la fregona, pero qué buen uso supo darle siempre, si yo les contara… Había tardado tanto en venir, me dijo, porque trataba de hacerse a la idea de vivir sin mí. O eso entendí; su discurso estaba punteado, de tanto en tanto, con un llanto tan molesto como la propia lluvia. Que se acordaba mucho de mí, o algo así. No lo dijo, pero seguro que se refería a aquellos apresurados pero húmedos encuentros nuestros durante la pausa del café, en el cuartucho donde guardaba las cosas de fregar. Lo entiendo, yo también los a?oro a veces. En la oficina, a?adió luego Lourdes, todos parecían haberse olvidado de mí, casi como si yo hubiese cometido algún crimen. Eso sí lo oí bien claro. Y el que más, Planells, remató, el nuevo jefe de personal, fíjense ustedes, qué casualidad.
Claro, Planells. Por supuesto, estaba allí. Cuando la caída. Con su silueta arisca y al acecho. Siempre deseó mi puesto, eso lo sabían todos. Pero aún así nadie reparó en lo bien que le había venido mi caída. No, sólo pensaron en la caja. Sin duda fue la caja que llevaba la que le hizo caer, eso dijeron, lo recuerdo perfectamente, la gente subía y bajaba esa escalera miles de veces cada día y nunca nadie se había caído por ella, así que tuvo que ser la caja, le impediría la visión y por eso tropezó y cayó. Así lo dijeron, ya he dicho que eso al menos lo escuché muy bien. Pues ha tenido que ser por eso, sentenció Planells con su voz agria, si es que cuando se te junta todo…
Si sólo pudiera hacerme oír… pero si pensar ya me cuesta, hablar me resulta imposible. Querría gritar bien alto: Planells, Planells, ha sido Planells, caí por las escaleras justo al pasar por su lado, me tocó, me tocó de repente, eso también lo recuerdo, y ahora se sienta en mi despacho. ?Es que nadie lo ve? ?No es eso acaso, cómo lo llaman… un móvil?
Me pregunto de qué más cosas mías se habrá apoderado. ?Lourdes? ?Es acaso él quien la visita ahora en las pausas del café? No, ella me dijo que se acordaba mucho de mí, ya lo he dicho. Me lo dijo antes y me lo ha repetido ahora, ?verdad? ?O no?
?La lluvia no me deja pensar!
La caja. La caja de cartón que yo llevaba. No puedo concentrarme, pero yo llevaba una caja, eso sí lo sé.
Tranquilidad. Centrarse en los hechos, eso es lo importante. La caída. Lourdes, acuérdate de mí, qué buen partido le sacábamos a la fregona, vaya que sí, quién lo habría imaginado. Pero eso no viene al caso. La pausa del café. Planells. La humedad. Mi despacho. La caja. Si es que cuando se te junta todo… ?Ven lo que les decía antes? Las piezas están ahí, pero me falta la conexión. El castillo de naipes se deshace y las ideas se sumergen de nuevo en la nada.
Continúa la lluvia. Imagino todo mojado ahí arriba, como por el llanto de Lourdes, pero no, Lourdes no lloraba ese día, cuando vino a verme. Era la lluvia, claro.
Te vas a acordar de mí.
Eso me dijo, sí. Ahora lo recuerdo con claridad. Lourdes, pese a su apariencia frágil, nunca fue llorona, ni siquiera aquella última vez en la oficina, la última pausa del café, el último encuentro en el cuarto de las escobas. Ahí donde la ven, tenía su genio, menudo escándalo. Te vas a acordar de mí, te lo juro, eso repetía. Te llevas tus cosas, me gritó, pero me dejas a mí tirada como un trapo. Como una fregona.
?Sí! Mis cosas, mis cosas iban en la caja. Eso también lo recuerdo ahora, magnífico, debo aprovechar, quizás sea ese último momento de lucidez del que me han hablado, el esfuerzo final de las neuronas. Gracias, chicas. Me llevaba mis cosas porque me iba, me largaba, me habían echado. No sé por qué, pero me habían puesto en la calle. Hasta el cínico de Planells fue amable por una vez y me dio unas palmaditas de ánimo, si es que cuando se te junta todo…
Él no me empujó, claro que no, para qué si yo ya no era el jefe de personal cuando enfilé las escaleras cargado con mi caja. Yo iba solo. No con Lourdes, claro que no, era sólo la mujer de la limpieza, un alivio rápido a la hora del café, pero dónde iba yo a ir con ella. Y sí acaso le prometí algo… bueno, entiéndanlo: yo tengo mi vida.
O la tenía. Una caída de veinticuatro escalones y la cabeza abierta como una nuez. O como un huevo, según versiones. Ahora me pudro aquí, las ideas huyen otra vez, me temo que para siempre, y mi cerebro se deshace a chorros varios metros bajo la losa de mármol mojado. Mojado, sí, húmedo, empapado como el resbaladizo rellano de las escaleras… el inesperadamente resbaladizo rellano de las escaleras.
Mi último pensamiento será para Lourdes, qué remedio.
Siempre manejó muy bien la fregona.





David Salmerón Campos.
Taller Literario, Santander-2005.-

domingo, octubre 09, 2005

Como si de la eternidad se tratara

La noche estaba estrellada, serena y calma, había una tenue brisa que acariciaba la cara, si bien era realmente un aire serrano un poco fresco. Era una de esas noches preludio de la primavera dónde el alargamiento de los días imprime dicha. Era una de esas noches que invitan a degustar la conversación y a saborearla sorbo a sorbo. Parecía que el tiempo y el espacio se detuvieran como si de la eternidad se tratara.
Se encontraban, Isabel y Fernando, en el patio de la Casa Real. La Casa Real era centro neurálgico del asentamiento de Santa Fé de la Vega de Granda. Allí, de día, bullían la vida y la actividad, era un ir de venir de funcionarios y personal encargado de la administración de los asuntos reales. La casa se había levantado con vocación de interinidad por lo que era sencilla y sobria, tanto en sus líneas como en la decoración. No obstante, era un edificio bello en su sencillez o quizá, por su sencillez. Alrededor del patio se hallaban las habitaciones reales, dónde trascurría la vida diaria de los monarcas. En abril, el patio estaba pleno de vegetación, se respira frescura, se huele a boj, a azahar, y a jazmín. Un aroma que embriaga y arrastra suavemente a la reflexión y a la meditación.
Isabel estaba cavilando para sus adentros y ensimismada en sus especulaciones cuando Fernando le inquirió.
-?Crees que hacemos bien?.
-?A qué te refieres Fernando?, ?Estás pensando lo mismo que yo?
-Sí, creo que sí, Isabel, me refiero a la empresa de las Indias. Recuerda que ya otros la han desestimado.
-Si, es cierto pero nunca dejaron de aspirar a ello. Observa que Juan, en Portugal, nunca cerró definitivamente la puerta. Incluso nosotros mismos, o a decir verdad, nuestro Consejo, al principio lo desechó, y además cuando hablamos con Colón en Alcalá y en Madrid, nos parecía algo irreal, pero poco a poco hemos ido centrado la idea. La decisión que hemos tomado ha sido muy meditada. Incluso creamos una junta para su estudio.
-Sin embargo la junta nos indicó que no emprendiéramos tama?a expedición.
-Realmente Fernando, lo primordial entonces era la conquista del Reino de Granada pero ahora, no es el caso.
Por un momento, Fernando se quedó callado y meditabundo pensando que todo lo anterior era verdad. Muchas, muchas habían sido las audiencias, Alcalá, Madrid, Málaga, Jaén y Granada, muchos habían sido los intermediarios, muchos y con mucho predicamento, y además era cierto que la prioridad de la conquista del Reino de Granada había pasado y ....
-? Qué piensas?, Fernando
-En Francia, Isabel.
-?Cómo?.
-No podemos permitirnos que Colón vaya a Francia a contarle a Carlos el proyecto. No podemos, ni debemos permitirlo.
-Efectivamente Fernando, pero...?Colón, pide mucho!. El precio, ?no es demasiado alto?
Esta conversación había dejado a Isabel con el alma perpleja. A ella, una mujer dónde la templanza habita, le zozobró e inquietó el espíritu la duda acerca de las condiciones del acuerdo que formalizarían al día siguiente; ?no eran leoninas?, ?no era un precio muy alto?. Absorbida en estas tribulaciones se levanto y se fue hacia sus estancias.

Aquella noche, Isabel no pudo conciliar el sue?o. Después de entrar a sus aposentos, se arrodilló ante el crucifico en su oratorio privado. Estuvo largas horas rezando, pidiendo rectitud de juicio y clarividencia para acertar en la decisión. No conseguía olvidar la última idea del parlamento con Fernando. Tenía metida en la mente, como grabada con fuego, la pregunta, “el precio ?no es demasiado alto?”, Le rondaba también como una pesadilla, la idea de que Francia pudiera abordar la empresa de las Indias.
De súbito, y abruptamente, se levantó, se fue hacia el escritorio como si tuviera que leer todas y cada una de las capitulaciones, como si necesitara leerlas. Pausadamente, con calma y sosiego pasaba los ojos sobre el texto para no perderse nada, para escrutar y analizar hasta el más mínimo detalle. En realidad, no hubiera hecho falta, las conocía a la perfección, llevaban tiempo negociándolas y sí, en principio, el precio parecía alto, de hecho, era alto, pero ella misma se preguntaba, ?por qué hay algo dentro de mí que me indica que tenemos que emprender la empresa de las Indias?, ?dónde está el truco?. Será porque es una empresa arriesgada, es una empresa vigorosa y a la altura de nuestros reinos, o quizá, ?no hemos confiando mucho en Colón?, y … ? Por qué puede él pedirnos tanto?
Conforme iba leyendo las capitulaciones caía en la cuenta sobre la seguridad que tenía Colón del éxito del proyecto, de hecho las condiciones estaban sujetas a que el mismo llegara a buen puerto. Isabel se seguía preguntando ?Qué será lo que a Colón le hace estar tan seguro de sí mismo, que incluso quiera participar en la financiación?. ?Por qué esta actitud?. Salió al balcón para airearse y respirar aire puro, se sentía abotargada no conseguía despejar la duda, no paraba de preguntarse dónde estaba el truco.

Y llegó el alba, despuntaba un día alegre, con un cielo azul cobalto, claro y placentero. Isabel estaba cansada y aturdida, toda una noche en vela cavilando sobre las capitulaciones se reflejaba en el rostro que lo tenía ligeramente alterado.
Entraron sus damas para ayudarle a vestirse, y cuando se encontraban cepillándole el cabello se levantó, muy bruscamente, de repente y como una ráfaga imparable salió de su boca, ?ya está!, ?ya está!, ?ahí está el truco!
-?Cómo?, ?Qué dice?, ?Qué truco, se?ora?, inquirió una de las dama totalmente asombrada.
-Él, ya ha ido antes por el Atlántico a las Indias. Colón ya ha ido allí.
El rostro de Isabel se torno relajado, ya podía descansar de la tensa noche, sus desvelos habían dado fruto, estaba en lo justo, estaba en lo correcto, la decisión era buena. Isabel vislumbraba la trascendencia del momento, percibía un tiempo futuro impactante, fecundo y floreciente. …Y ella, de nuevo, sintió que el tiempo y el espacio se detuvieran, como si de la eternidad se tratara.



Inmaculada Sánchez Ramos.
http://entrerenglones.blogspot.com

TALLER LITERARIO: "Entre Renglones"


-TALLER LITERARIO: EntreRenglones

Se inicia aquí un espacio dedicado al Taller Literario realizado el pasado verano en la UIMP Menéndez Pelayo de Santander, del que ya dejé dejé constancia en su día con un artículo anterior de este mismo blog. El escritor Lorenzo Silva fue el encargado de impartirlo; aprovecho desde aquí la ocasión para saludarle y -ni que decir tiene- es nuestro principal invitado, si así lo decide.
Aquel grupo de interesados asistentes hemos seguido en contacto, vía email o en quedadas, nos hemos intercambiado textos de entonces y posteriores, rectificados, corregidos o mejorados, movidos por la afición, entrega o pasión a este loco arte del escribir. Voy a exponer de forma periódica algunos de esos textos, frutos del taller, que nos pasean por el género policíaco, histórico o juvenil, para darlos a conocer. Al mismo tiempo servirá de pretexto para volver a leerlos, comentar y seguir en contacto con vosotros, amigos de la literatura: ?Feliz lectura!