viernes, noviembre 11, 2005

"ORILLA", de Guiomar Padilla

El animal se dejó acariciar, manso, por la mano firme de su amo. El joven adolescente deslizaba los dedos distraídamente por la mancha blanca de su frente, aquel sello luminoso y suave que rompía de un golpe certero el color cobrizo de su cuerpo robusto, agitado aún por la carrera hasta la playa. Era un caballo hermoso. Al galope, su pecho se inflamaba en poderosas contracciones como un batir de alas y la potencia de sus músculos, educada por la nobleza de su raza, le daban a su carrera una presencia de criatura casi mágica. Pero ahora, en reposo, tranquilo, como quien amansa una tormenta en el fluir sereno de sus venas, era sólo una conciencia dominada por el placer de la caricia que se le regalaba.
Atardecía. El muchacho dio unas palmadas en el cuello de aquel magnífico ejemplar, regalo de su madre, y se alejó un poco de él caminando algunos pasos por la orilla. Pensativo, hundía sus pies en la arena, como calibrando el peso exacto de sus talones, la textura de aquel suelo, el frescor del agua entre los dedos. Daba la impresión de esperar algo muy remoto, o de planear alguna meditada huida.
Los últimos rayos de sol ba?aban su cuerpo esbelto y dorado. Hebras rosadas se le enredaban en los cabellos hasta deshacerse, y aquella luz tan tenue, tan vencida, marcaba los contornos de su figura como sólo los dioses se?alan a su predilecto. Le habían dicho que era como su padre. El orgullo sonrojaba sus mejillas cuando le decían que en el hijo se reconocía el semblante y los gestos de su progenitor. Que sus manos tenían el vigor de las suyas y que sus brazos eran los de un valiente.
Se sentó, muy cerca de donde morían las olas. Aquel día el mar estaba en calma y la nitidez absoluta del cielo dibujaba el horizonte con un trazo limpio. Nadie venía a lo lejos.
?Acabaría algún día aquella espera?
Cerdos hozaban en algún lugar cercano, vigilados por su pastor.
Aún era pronto. El joven Telémaco se hacía hombre solo, aguardando en aquella playa.
Todavía quedaban tres a?os para que acabara su desolación y pudiera, al fin, sentir el abrazo conmovido y fatigado de Ulises.



Guiomar Padilla.

Taller Literario, Santander-2005.-

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